Hay locura en mis palabras, una que ni yo mismo entiendo. Hay una locura sana, de esas que te tumban a carcajadas y hay una maligna, de esas que te encierran en una incertidumbre infinita buscándole el por qué a las cosas.
De la sana me queda solo la sonrisa y unas frases que repito con nostalgia preguntándome qué es lo que ha cambiado de unos cinco años atrás hasta hoy. De la maligna, que me atormenta, me queda todos los días la duda si me liberaré de estas cuestiones que no tienen respuesta y estas respuestas que no son las que he buscado ni ayer ni hoy.
De esta locura, enferma, me cuelgo para justificar mi estupidez. La uso como escudo para las críticas y me alimenta cuando no tengo nada que decir. De esta locura, enferma, me quedan páginas enteras de alucinaciones y sueños venidos a menos que nunca quise se hicieran realidad, teniendo que huir de la posibilidad de que estas narcoticidades llegarán a mi vida antes que yo.
De esta locura sé, creo, que me sostengo a diario, porque dentro de todo este mundo paralelo que ha crecido en mi cabeza las cosas tienen sentido. En la razón y la realidad, en cambio, las cosas van en el sentido contrario. De esto resulta que yo no sepa a dónde ir, a donde encuentro sentido o a donde el mundo se hace inentendible y, en la duda, me quedo parado.
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