Una vez me pasó algo curioso en el cole. Todos mis amigos, todos, querían con una chica.
Esta chica en cuestión era guapa, no tenía cuerpo aún porque teníamos 12 años. Todos babeaban por ella y pugnaban hablar con ella o llamar su atención. Cojudeces.
Como no soy de los chicos normales, a mí me gustaba su mejor amiga.
Meses después el profesor la designó como mi compañera de carpeta. Todos me miraron con envidia pues compartiría todo el día escolar, menos recreo, con ella al lado. Qué podía decir, nada. Algunos se acercaron y me dijeron, qué suerte tienes, yo les dije, no es nada del otro mundo, es una chica que les puede gustar como que no, yo prefiero las que no tienen tantos ojos encima.
Al tiempo, ella y su mejor amiga pelearon por tonterías y fue cuando me gustó de una forma seria. Ya me gustaba, pero nunca como cuando se peleó con la chica más deseada del salón. La situación le brindó una nueva aura, la sensualidad de los que se rebelan, la sensualidad de los que se resisten a ser opacados por el, la, mejor,esa que pocos podemos percibir.
Cuando la Coca Cola llegó a mi vida, yo era un niño cualquiera que prefería cualquier otra cojudez en mi boca antes que sentir cosquillas gaseosas en mi lengua. Limonada, chicha o maracuyá eran mis refrescos favoritos, ni qué decir de los jugos de fresa que preparaba mamá.
La Coca Cola me la invitó papá tras un partido de fulbito de domingo familiar, unos sorbos, una decepción. Se acercó un fanático y dijo: qué? no te gusta la coca?. No supe qué responder, todos estaban de acuerdo en que era la mejor gaseosa, yo no.
Me incliné por la unica competencia negra, la Pepsi. La probé una vez y no me pareció tan mala. Para la segunda ya me había entrado un orgasmo al alma, no era solo una gaseosa sino un feeling especial, uno que se indentificó con la lucha contra lo que a todos le gustaba.
La chica en cuestión desapareció un par de años después. Nunca le hablé, no me importaba, a los doce no pensaba tener enamorada y ahora me hace falta una. La Pepsi, eso sí, nunca la abandoné. Me seguiría toda la vida, dándome una singularidad que otra gaseosa nunca me ofreció, poco a poco me volví adicto y hoy es mi café. Si alguna vez alguien me preguntara qué necesito para poder sentarme a escribir, le diría, ponme en la cabeza una chica de sonrisa genuina, un poco de música y una pepsi, las dos primeras cosas pueden faltar y tener suerte para que salga algo que valga la pena leer, la pepsi no.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario