Soy como un hobbit, pequeño y, por eso, aparentemente tierno, y ando descalzo también. Tengo los pies llenos de pelo y las plantas negras de tanto andar, con las sandalias en la mano mientras regreso desde Barranco a patas sintiendo en los pies el ardor.
Soy como un ciego optimista, a propo, cierro los ojos y empiezo a descubrir el mundo con mis otros sentidos, apelo al tacto para orientarme y descubrir las infinitas texturas de las cosas, huelo el aire de mierda a ver si mi nariz enorme me guía hacia la playa a regocijarme con ese olor a mar que te lleva por él como a un marinero, sin dejar de tener los pies en la arena. Y escucho el mundo, mis latidos y la radio que no capta bien la señal, y siento el universo diferente, como si fuera nuevo para mí, así cada día, y así aprendo a diario a vivir.
Soy como una tempera que cuando llega a la vida de uno genera ganas de usar, ilusión, augura obras maestras pero una vez abierto si es que no me gasté en pinceladas (magistrales o mediocres da igual), me seco olvidado en algún rincón, inútil, y presto a ser tirado si un buen día me encuentran o reutilizado con un poco de agua violando mi auténtico color, porque no soy tan bello como cuando se me compró.
Soy como el girasol, olvidado, que fue plantado en el malecón. Crezco grande pero no imponente, con mis pétalos amarillos, cagándome de frío, cagándome de calor, sin madre que me cuide, aguantando todo el día al picaflor que pica, jode porque no puedo defenderme, porque no puedo gritar de dolor. Miro al sol durante el día, pierdo el encanto tras el ocaso y, por las noches, ya ni sé quién soy yo, me quedo en el mismo sitio lo que me queda de vida mientras me va creciendo esta joroba enorme y me inclino al borde de la muerte culpando a esta tierra que ya no me quiere y esta agua que ya no tiene sabor.
Soy un poco como era, aunque antes era mejor
soy de los que esperan una nueva era,
de los que hemos vuelto gritos de esperanza
nuestros gritos de dolor,
lo que no nos rascamos la panza
cuando sentimos cosquillitas de amor,
de los que durante el día empujamos el mundo si no avanza
y nos sentamos en el muelle
viendo cómo se oculta el sol.
Soy un poco como era
y no sabía cómo era entonces
tampoco sé cómo soy hoy.
jueves, 26 de febrero de 2009
sábado, 21 de febrero de 2009
Tirado
(...) coñ uños cigarrillos de mala, y leñta, muerte, me acuesto bajo tres colchas a llorar siñ que ñadie me escuche preguñtañdome si vale la peña seguir cuestioñañdo si amarte estuvo mal.
coñ uños cigarrillos de los que se acabañ eñ dos pitadas y te dejañ la boca olieñdo a mierda, me escoñdo de todos eñ la meñtira de la oscuridad de las luces apagadas. La oscuridad es debajo de la almohada, apeñas podieñdo respirar.
y, tirado, al costado del ceñicero me digo, amarte ño estuvo tañ mal después de todo porque coñtigo apreñdí a fumar (...)
coñ uños cigarrillos de los que se acabañ eñ dos pitadas y te dejañ la boca olieñdo a mierda, me escoñdo de todos eñ la meñtira de la oscuridad de las luces apagadas. La oscuridad es debajo de la almohada, apeñas podieñdo respirar.
y, tirado, al costado del ceñicero me digo, amarte ño estuvo tañ mal después de todo porque coñtigo apreñdí a fumar (...)
jueves, 19 de febrero de 2009
Tirado
Al escribir me siento como cuando juego fútbol, creo hacerlo medianamente bien pero en la cancha, con los demás jugadores, mis palabras suenan como autogoles y la gente no corea mi nombre sino piden mi reemplazo y a la banca voy.
Pero no por eso he dejado un segundo de jugarlo, ni un segundo de escribir, porque el amor al fútbol, el amor a las letras, no es hacerlo bien, el amor es hacerlo entregándose al cien.
Pero no por eso he dejado un segundo de jugarlo, ni un segundo de escribir, porque el amor al fútbol, el amor a las letras, no es hacerlo bien, el amor es hacerlo entregándose al cien.
miércoles, 4 de febrero de 2009
La Casa de la Piscina
Siempre que paseaba por la Avenida San Martín, me ponía las audífonos porque me aburría el ruido de la ciudad, los bocinazos, las frenadas y unos conchatumadre que terminaban por hastiar a cualquiera. No salía muy seguido porque vivía tranquilo dentro de mi cuarto donde tenía todo lo necesario para ser feliz, pero una que otra vez me gustaba ir a la casa del cabezón para conversar, tomarnos algunos tragos con los rumberos y jodernos hasta que dieran las dos de la mañana y pedirle a alguien que me jale hasta mi casa porque los ladrones salían a cazar.
Siempre que paseaba por la Avenida San Martín me detenía un segundo a media cuadra de mi casa a contemplar la piscinita que, en quince años que pasaba por ahí, nunca había visto llena ni a medias sino siempre seca y sucia, llena de hojas muertas y la arena que dejaba la paraca que venía muy de vez en cuando. Luego la dejaba atrás y me olvidaba, es una casa sucia más, como la mía, como la de mi vecina y como muchas otras en la ciudad, el viento arrastra la arena desde el desierto y minutos después de haber barrido la acera frente a la puerta ya estaba sucia de nuevo. Es por eso que nunca me llamó la atención la suciedad de las casas de la avenida ni de las veredas, no por gusto en verano caminaba descalzo por la calle.
Pero ese día fue diferente, en su casa, el cabezón me contó que durante el tiempo que me fui a Lima muchas cosas habían cambiado en Ica, lo que era muy cierto, la ciudad parecía otra, las cosas se habían modernizado y caminar se había vuelto más peligroso, con la inyección de dinero que hubo, se incrementó el número de asaltantes, secuestradores y putas. Al parecer, la necesidad había obligado a algunas familiar a usar su domicilio como casa de citas y contratar chicas para saciar las necesidades de aquellos a quien no les bastaba con los placeres sexuales gratuitos.
De las tantas casas que se dedicaban a esto, sólo una tenía interés para mí. La casa de la piscina vacía, en la que nunca vi entrar o salir a alguien y que pensé que vivía algún jubilado que no tenía ni mierda que hacer fuera de su casa y se quedaba viendo televisión todo el día o que paraba tan ocupado que no tenía tiempo para limpiar su piscina. Decían que habían visto a varios hombres entrar en las noches y salir a los veinte minutos, servicio especial, sin colas, sin enfermedades y total discreción. Lo que no saben es que en las ciudades pequeñas la discreción no existe, unos tíos, un par de primos y unos conocidos ya habían sido identificados como asiduos visitantes de la casita del placer.
Entre cambios de tema, el hacer hora con la chela en la mano e ir detrás de la casita del parque a orinar, dieron las dos de la mañana y era hora de volver a casa para que mi vieja, mi querida vieja, no estuviera preguntándome dónde estaba ni con quienes. (Gus)Tavo podía jalarme porque para ir a su casa tenía que pasar por la mía, pero no, así estaba bien, quería caminar, me puse los audífonos, la chaqueta y a empezar el recorrido.
Minutos después estaba cerca de casa, y lo vi, mi pareja de la fiesta de promoción, una puta conocida, le abría la puerta de la casa de la piscina a un extraño que llegaba con un tufo incontenible y apenas en pie, me ve y no me ve porque esquiva la mirada, hace pasar al extraño y cierra la puerta. Me saqué los audífonos porque quería saber cómo sonaba una casa de citas, después de dos gemidos apenas perceptibles decidí seguir. Llegué a casa a dormir a la fuerza, con putas tan cerca podía caer en la tentación de visitarlas. Al día siguiente, regresé a Lima.
Siempre que paseaba por la Avenida San Martín me detenía un segundo a media cuadra de mi casa a contemplar la piscinita que, en quince años que pasaba por ahí, nunca había visto llena ni a medias sino siempre seca y sucia, llena de hojas muertas y la arena que dejaba la paraca que venía muy de vez en cuando. Luego la dejaba atrás y me olvidaba, es una casa sucia más, como la mía, como la de mi vecina y como muchas otras en la ciudad, el viento arrastra la arena desde el desierto y minutos después de haber barrido la acera frente a la puerta ya estaba sucia de nuevo. Es por eso que nunca me llamó la atención la suciedad de las casas de la avenida ni de las veredas, no por gusto en verano caminaba descalzo por la calle.
Pero ese día fue diferente, en su casa, el cabezón me contó que durante el tiempo que me fui a Lima muchas cosas habían cambiado en Ica, lo que era muy cierto, la ciudad parecía otra, las cosas se habían modernizado y caminar se había vuelto más peligroso, con la inyección de dinero que hubo, se incrementó el número de asaltantes, secuestradores y putas. Al parecer, la necesidad había obligado a algunas familiar a usar su domicilio como casa de citas y contratar chicas para saciar las necesidades de aquellos a quien no les bastaba con los placeres sexuales gratuitos.
De las tantas casas que se dedicaban a esto, sólo una tenía interés para mí. La casa de la piscina vacía, en la que nunca vi entrar o salir a alguien y que pensé que vivía algún jubilado que no tenía ni mierda que hacer fuera de su casa y se quedaba viendo televisión todo el día o que paraba tan ocupado que no tenía tiempo para limpiar su piscina. Decían que habían visto a varios hombres entrar en las noches y salir a los veinte minutos, servicio especial, sin colas, sin enfermedades y total discreción. Lo que no saben es que en las ciudades pequeñas la discreción no existe, unos tíos, un par de primos y unos conocidos ya habían sido identificados como asiduos visitantes de la casita del placer.
Entre cambios de tema, el hacer hora con la chela en la mano e ir detrás de la casita del parque a orinar, dieron las dos de la mañana y era hora de volver a casa para que mi vieja, mi querida vieja, no estuviera preguntándome dónde estaba ni con quienes. (Gus)Tavo podía jalarme porque para ir a su casa tenía que pasar por la mía, pero no, así estaba bien, quería caminar, me puse los audífonos, la chaqueta y a empezar el recorrido.
Minutos después estaba cerca de casa, y lo vi, mi pareja de la fiesta de promoción, una puta conocida, le abría la puerta de la casa de la piscina a un extraño que llegaba con un tufo incontenible y apenas en pie, me ve y no me ve porque esquiva la mirada, hace pasar al extraño y cierra la puerta. Me saqué los audífonos porque quería saber cómo sonaba una casa de citas, después de dos gemidos apenas perceptibles decidí seguir. Llegué a casa a dormir a la fuerza, con putas tan cerca podía caer en la tentación de visitarlas. Al día siguiente, regresé a Lima.
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